Antoine de Saint-Exupéry, en esta obra nos introduce al mundo de los niños, haciéndonos partícipes de las nítidas emociones con que un pequeño -que en este caso es El Principito, personaje central del texto-, se enfrenta al descubrimiento de cada cosa del mundo que los adultos ya han hecho tan suyo, que se han vuelto insensibles ante las pequeñas maravillas de nuestra vida cotidiana.

Como adultos, muchas veces pensamos que los niños no entienden de nuestras cosas, sin siquiera ponernos a reflexionar que tal vez seamos nosotros quienes vivimos ya tan enajenados, que nos olvidamos de que algún día fuimos también pequeños y pensamos de manera semejante.

Saint-Exupéry, describe de manera exquisita, la sensibilidad con que El Principito se enfrenta al amar a otro ser viviente: una flor, la cual le muestra una nueva forma de ‘estar» en este mundo, teniendo cerca a alguien que le ha tocado el corazón, tan dulce y delicadamente que ya no volverá a ser el mismo de allí en adelante.

Filosóficamente hablando, tal vez sea precisamente la alteridad -el significado que «el otro» le da a nuestra vida por el solo hecho de vivir en el aquí y en el ahora- la reflexión más profunda que Antoine de Saint-Exupéry nos refleja en su maravillosa obra pensada tanto para adultos como para niños.